Laboratorios para adaptarnos a los desafíos contemporáneos
19ª Bienal de Venecia de Arquitectura
Pedro Medina
Junio 2025
Dadme un laboratorio y moveré el mundo es el título del famoso texto de Bruno Latour, pero podría ser el motto de Carlo Ratti para la Bienal de Venecia de 2025, ya que el arquitecto italiano reivindica el carácter experimental y de investigación de esta edición, con un objetivo: adaptarse y actuar frente al cambio climático. La arquitectura es entendida, pues, como un punto de encuentro para imaginar futuros posibles y hallarles respuestas concretas.
La anterior directora de la bienal de arquitectura, Lesley Lokko, ya asumió la idea de “laboratorio” en 2023, indicando un camino que ha seguido Ratti: utilizar los conocimientos de la cultura del proyecto en colaboración con otros saberes. En el caso de Lokko, esta perspectiva dio visibilidad a muchas prácticas, además de tomar partido por una política de descolonización y contra el extractivismo. El italiano reconoce esta herencia, pero define su bienal como una “revolución” desde dentro de las instituciones, principalmente científicas y universitarias, dialogando con otras disciplinas para plantear –como subrayó durante la presentación en Venecia– «una colaboración sin límites».
El título elegido, Intelligens, parece indicar este punto de vista, sobre todo si atendemos a su etimología, que podría interpretarse como «aquel que logra establecer el nexo entre las cosas». De ahí deriva “inteligencia”, que en este caso se adjetiva de tres maneras: artificial, natural y colectiva. Con la confluencia de las tres se pretende generar una “reacción en cadena” de soluciones para el mundo. Despierta así una concepción responsable del habitar, que –inevitablemente– debe considerar el cambio climático, aunque no se reduce al mismo, abordando también otras emergencias colectivas.
Con estas esperanzadoras premisas se llega a las Corderías del Arsenal, que inicia con piezas monumentales e impactantes, como ‘Tems and Conditions’, de Transsolar (Bilge Kobas y Daniel A. Barber), que hipotetiza temperaturas extremas y cómo debería adaptarse la arquitectura a ellas. Sin embargo, la exposición pasa pronto a estar sembrada de proyectos, muchos de ellos en forma de paneles en sus laterales, saturando el recorrido y volviéndolo confuso.
Varias son las razones: esta edición está condicionada por la limitación del espacio, ya que el Pabellón de la Bienal en los Jardines está en obras. Ello podría haber propiciado una selección de proyectos más severa, sin embargo, son presentados 300, realizados por 760 protagonistas. Por esta razón, Ratti indicó en la presentación que consideraba 5 días la duración idónea para comprender correctamente esta bienal, teniendo en cuenta también que algunos proyectos están repartidos por el territorio (Plaza de San Marcos, IUAV, Forte Marghera…), volviendo más exigente el viaje bienalista.
A ello hay que añadir una gráfica nefasta para las cartelas, con una posición y una iluminación desafortunadas en muchos casos, y con un cuerpo de letra minúsculo. Además, el planteamiento favorece la fusión de las tres inteligencias, por lo que no extraña que mucha gente se lamentase de la dificultad para identificar la evolución del discurso expositivo o que algunas instalaciones pasaran desapercibidas. La consecuencia ha sido que buena parte de la prensa haya criticado esta bienal por su enfoque técnico y académico, más pensada para el ámbito profesional que para un público general.
Lo que parece claro es que no se ha considerado el perfil medio de bienalista (que suele visitar en 2-3 días toda la bienal, además de exposiciones por la ciudad), para quien se vuelve invisible lo que no es intuitivo o llamativo. No obstante, para quien pueda dedicarle tiempo, de la bienal emergen investigaciones muy interesantes.
En primer lugar, son numerosos los ejemplos que invitan a aprender de la inteligencia natural a la hora de generar procesos circulares, no extractivos y no contaminantes. El propio Ratti confiesa que, si volviera a estudiar, no se matricularía en arquitectura, sino en biología, porque la naturaleza nos enseña el camino hacia el equilibrio y la supervivencia, como cuando los corales se adaptan químicamente al calentamiento de las aguas en las que se viven.
La consecuencia es una amplia propuesta en forma de procesos, evidentemente de reciclado, pero también inspirados por el funcionamiento de la naturaleza. Entre los más llamativos, está ‘Canal Café’, el ganador del León de Oro, proyectado por Diller Scofidio + Renfro, que conecta la barra de un café a un sistema de purificación de agua de los canales de Venecia. Se trata de un mecanismo de filtración que imita los humedales naturales, sirviéndose de plantas halófitas y bacterias beneficiosas, que posteriormente pasa por procesos de ósmosis inversa y desinfección UV. Es un ejemplo modélico de lo que pretende esta bienal: sensibilizar sobre problemas como la escasez de agua –presente en otras instalaciones, como la de Benedetta Tagliabue y en varios pabellones–, aportando una solución que integra procesos naturales y tecnologías innovadoras.
Este mismo proceder se observa en la profusión de nuevos materiales –al menos es lo que más llama la atención en un primer momento–, desde el uso de excrementos a un hormigón descarbonizante, pasando, sobre todo, por el uso de bacterias para la generación de materiales. Esta última tendencia cuenta con el aval de Beatriz Colomina, Mark Wigley, Roberto Kolter y Geoffrey West, que comisarían ‘The Other Side of The Hill’, con el diseño expositivo de Patricia Urquiola.
En esta sección las colonias de microbios son expuestas como principios de equilibrio y adaptación, además de una fuente matérica útil para la construcción. Es evidente en proyectos como ‘Geological Microbial Formations’, de Karen Antorveza, Benjamin Dillenburger, Robert Kindler y Dimitrios Terzis, que construyen materiales arquitectónicos con la bacteria Sporsarcina pasteurii, o también en pabellones como el canadiense.
También se ha de señalar ‘Stonelife: The Microbeplanetary Infrastructure of Lithoecosystems’, de Andrés Jaque, presentada como la “arquitectura microbiano-planetaria de ecosistemas líticos”, que revela la rica biología de las piedras, incluso mayor que la de bosques y océanos, que también puede descarbonizar la atmósfera gracias a la interconexión entre minerales y microorganismos; de ahí que el extractivismo también tenga como consecuencia la destrucción de la vida que hay dentro de las rocas.
De todos estos proyectos se extrae una enseñanza: el giro a otro paradigma no antropocéntrico para propiciar modelos de cohabitación dinámica entre humanos y no humanos. Además, ejemplifica el enfoque de investigación y de miras amplias que pretende la edición de este año, como ya anunciaba el Manifiesto de Economía Circular publicado en septiembre de 2024: «Nuestro objetivo es demostrar que arquitectura y ambiente edificado pueden coexistir en armonía con el planeta, eliminando los desperdicios, haciendo circular los materiales y regenerando los sistemas naturales».
Este es el espíritu principal, sin embargo, hay quien queda decepcionado, sobre todo si tenía expectativas centradas en lo digital, siendo Ratti el creador del MIT Senseable City Lab, que se dio a conocer gracias a proyectos de gestión urbana por medio de Big Data. Aun así, este aspecto menos matérico también está presente, como demuestra el León de Plata a ‘Calculating Empires’, de Kate Crawford, que crea una historia visual de la relación entre tecnología y poder. Además, robots, gestión de datos masivos, impresoras 3D y todo tipo de estructuras y nuevos procesos también asoman con frecuencia, con presencia de investigadores científicos vinculados al arte, como Armin Linke, o expertos en inteligencia artificial y Data Science, como Antonio Vázquez Brust.
Entre los proyectos que aplican la inteligencia artificial en sintonía con el Manifiesto, destaca ‘FundamentAI’, de ecoLogicStudio (Claudia Pasquero y Marco Poletto), en colaboración con el Synthetic Landscape Lab de la Universidad de Innsbruck y el Urban Morphogenesis Lab del Bartlett UCL. Es una instalación pionera que une IA, biotecnología y datos ecológicos en tiempo real para replantear cómo proyectar las ciudades a partir de los postes de madera que sostienen Venecia. Ahora son reinterpretados como estructuras biofabricadas y biodegradables, por medio de cianobacterias fotosintéticas que interactúan con algoritmos generativos de IA, cuyos datos parten del ecosistema de la laguna y dan lugar a efectos lumínicos y formas arquitectónicas adaptativas.
Obras como esta son significativas, porque ejemplifican una sensación común en centenares de proyectos: se vuelve cada vez más lábil –e ineficaz– la división entre natural y artificial. Ello favorece la interconexión de todos los agentes presentes en los proyectos presentados.
Por otro lado, dentro de un contexto global, también llaman la atención protagonistas como Liam Young, que ya impactó en el público de 2023 con ‘The Great Endeavor’, y que ahora proyecta –con Natasha Wanganee– ‘After the End’, para reflexionar sobre el final de los combustibles fósiles y las infraestructuras creadas para extraerlos, planteando una pregunta implícita en la mayor parte de esta bienal: ¿qué hacer ante un porvenir inminente, lleno de amenazas y sombras?
Para responder a esta cuestión, debe considerarse seriamente lo colectivo en los procesos de construcción social, donde la colaboración y la circularidad se imponen sobre la competición. Es manifiesto en gran parte de los proyectos presentados y se vuelve más explícito en cooperaciones de diversos ámbitos. Es el caso de ‘Necto’ (SO-IL, Mariana Popescu, TheGreenEyl y Riley Watts), que combina arquitectura textil, danza y tecnología, o instalaciones como ‘Resourceful Intelligence’ (Park, Accurat y miembros del Politécnico de Milán), donde se plantean estrategias para aprovechar mejor los recursos en las ciudades. Son ejemplos que denotan una apuesta por una “resistencia organizada”, que deberá desarrollarse en ecosistemas flexibles.
Este recorrido privilegia una palabra clave: “adaptación”, que va más allá de “mitigar” los efectos del cambio climático, considerando cómo debemos proyectar la vida, especialmente para sobrevivir en aquellas regiones más vulnerables a las inclemencias meteorológicas. Con este fin se reivindica una arquitectura capaz de diseñar nuevas rutas que vuelvan a pensar “cómo vivir juntos” –como ya deseó Hashim Sarkis en 2021–, sabiendo que cada uno por su cuenta no logrará nada.
En definitiva, es una bienal para estudiar más que para contemplar, alejada de la arquitectura en un sentido convencional. Ello no implica necesariamente una arquitectura expandida al arte o la política, como ocurrió en las dos últimas bienales, sino que se concibe como el lugar donde convergen otras disciplinas, con el objetivo de afrontar los desafíos contemporáneos.
Por ello, es coherente que haya existido una convocatoria abierta de proyectos, que se convirtió enseguida en una marea de propuestas, que explica, en parte, que el Arsenal esté abarrotado. De hecho, aunque esta convocatoria volvió más complicada la selección, ha enfatizado el enfoque interdisciplinar que se pretendía, como respuesta pertinente a la creciente complejidad del mundo y su incesante cambio, «porque la adaptación reclama inclusividad y colaboración», como explica Ratti. De ahí la concesión del León de Oro a la carrera a la filósofa Donna Haraway y también la cooperación con diversas instituciones como el World Economic Forum, la COP30 de la ONU, la C40, la Baukultur Alliance de Davos y el Soft Power Club, entre otras.
En su conjunto, esta bienal es un proceso complejo, cuya gestación es explicada gráficamente en la fachada del pabellón central de la Bienal. Se presenta como una plataforma interdisciplinar en red, en la que se van trenzando categorías, disciplinas, tendencias, colaboradores y lugares.
Por ello, se podría afirmar que el urbanismo –reivindicado en otras ocasiones por Ratti como una disciplina open source– ahora se ha transformado en una “obra abierta” que no pretende aportar únicamente ejercicios de acupuntura urbana, sino integrar todo dentro de una economía circular que debería estructurar la sociedad, para favorecer nuestra supervivencia.
Este mismo enfoque se reproduce en los pabellones nacionales, que interpretan el manifiesto de Ratti con propuestas de lo más variado, incluidos los nuevos participantes: Azerbaiyán, Omán, Qatar y Togo. De todos ellos, el que ha desembarcado con más fuerza ha sido Qatar, con presencia en los Jardines de la Bienal y también en el Palazzo Franchetti, reflexionando sobre la hospitalidad a través de proyectos arquitectónicos de vanguardia donde la luz es uno de los elementos principales.
Entre los pabellones que han optado por la exposición de proyectos centrados en la circularidad y la sostenibilidad, durante los días de la vernissage muchos de los profesionales internacionales mostraron su predilección por el de España, comisariado por Roi Sangueiro y Manuel Bouzas. El pabellón presenta un montaje modélico y elocuente, que transmite con elegancia la idea de equilibrio. En este contexto da a conocer investigación innovadora en torno a cinco ejes: materiales, energías, oficios, residuos y emisiones.
Por otro lado, igual que ocurre en la exposición de Ratti, abundan las propuestas encaminadas a la experimentación con materiales o inspiradas en la naturaleza. Entre las primeras, se halla el Pabellón de Dinamarca, cuya peculiaridad reside en el hecho de experimentar con minerales extraídos de la otra mitad del mismo pabellón, evitando extraer material de otro lugar.
Además, son muchos los proyectos que parten de diferentes ambientes naturales: en el Pabellón de Bélgica, comisariado por Bas Smets y Stefano Mancuso, se “construyen biosferas”, aprovechando la inteligencia sensible de las plantas para purificar el aire. El ‘Lavaforming’ del Pabellón de Islandia, de Arnhildur Pálmadóttir, cuenta cómo transformar la lava solidificada en material de construcción, gracias a integrar tecnología, IA y procesos de decisión colectivos. Y ‘Picoplanktonics’ en Canadá se inspira en el océano, donde encuentra una especie particular de cianobacterias (picoplancton), que son capaces de reducir el anhídrido carbónico de la atmósfera; con ellas Andrea Shin Ling crea una plataforma de biofabricación que imprime estructuras vivientes.
De hecho, el agua ha sido una de las protagonistas. Además del citado León de Oro a Diller Scofidio + Renfro, un ejemplo es el Pabellón de Chile, que reflexiona sobre el uso del agua en la era de la IA, para poner en evidencia la dimensión material de las infraestructuras que la sostienen y los conflictos socioambientales que se pueden derivar de ello. Y también ha sido el motivo principal en el ‘Venice_Water Parliaments: Projective Ecosocial Architectures’ del Pabellón de Cataluña, comisariado por Eva Franch i Gilabert, Mireia Luzárraga y Alejandro Muiño, que en cierto sentido continúa la línea de investigación del mismo pabellón en 2023, aunque ampliando el ámbito de acción a un escenario político, centrado en la justicia ambiental y las prácticas comunitarias.
Asimismo, cada vez es más frecuente observar planteamientos que rinden cuentas con su pasado, siendo el de Gran Bretaña –comisariado por Owen Hopkins, Kathryn Yusoff, Kabage Karanja y Stella Mutegi– uno de los más comentados, puesto que analiza el vínculo entre arquitectura y colonización, en cuya base se halla un sistema extractivista. Sin olvidar la impresinonante estructura soviética de energía solar presente en ‘A Matter of Radiance’, comisariada por Ekaterina Golovatyuk y Giacomo Cantoni para Uzbekistán, que reflexiona sobre los distintos enfoques y usos de este complejo militar e industrial.
De hecho, muchos pabellones explotan paradojas de todo tipo para hablar de nuestro tiempo, como el cañón de nieve artificial que dispara contra los paneles fotovoltaicos que lo alimentan, en Bulgaria, con el que Iassen Markov plantea el actual pensamiento medioambiental. O el delicado Pabellón de Serbia, comisariado por Slobodan Jovic, que “deshilacha nuevos espacios”: el bello dosel de lana suspendido a lo largo del pabellón se va deshaciendo lentamente, para volver a los ovillos originales situados en las paredes.
En efecto, piezas como esta pretenden que el espectador reflexione sobre la obsolescencia de toda arquitectura, o también sobre lo problemática que es nuestra posición ante nuevos fenómenos, como expone el ‘In-Between’ de Jun Aoki en Japón, para indagar qué emerge en la relación entre humano y artificial, especialmente ante la irrupción de la IA.
Para pensar todo ello, y para descansar de la saturación proyectual del Arsenal, no hay pabellón mejor que el ‘Siestario’ de Argentina, de Juan Manuel Pachué y Marco Zampieron, que recuerda la necesidad de realizar una pausa, por el bien de nuestra salud y para reconectar con los lugares. Quizás tras hacerles caso, se valore mejor la urgencia de activar prácticas comunitarias, como las que trama la Santa Sede con esta “obra abierta”, comisariada por Marina Otero Verzier y Giovanna Zabotti, que transforma la iglesia de Santa Maria Ausiliatrice en un centro social y una escuela de restauración.
De esta forma, se relaciona la Bienal con la ciudad que la acoge, convertida cada vez más en un lugar de fastuosas fundaciones. Este año su oferta también es muy variada, desde aquellas de reciente creación, como la Berggruen Arts & Culture, con ‘The Next Earth. Computation, Crisis, Cosmology’, o las Procuratie Nuove, con Jung Youngsun y Harry Seidler, a las clásicas, como la Colección Peggy Guggenheim, con ‘Anatomia di uno spazio’ de Maria Helena Vieira da Silva, la Punta della Dogana, con las ‘Genealogies’ de Thomas Schütte, la Fundación Prada, con los ‘Diagrams’ de AMO/OMA, o la Querini Stampalia, con la retrospectiva de John Baldessari, por no hablar de los fabulosos museos venecianos, entre los que destacan el curioso ‘Wunderkammer’ de Palazzo Grimani o la magnífica ‘Corpi moderni’ en las Gallerie dell’Accademia.
Ante tal programación, es comprensible que pasen inadvertidas las actividades de la Bienal desperdigadas por la ciudad. Por tanto, quien decida ser bienalista, va a necesitar bastante más tiempo para “adaptarse” a la oferta cultural de este año. Por ello, quien tenga una mirada de turista es posible que quede decepcionado por esta bienal, confundido por la densidad proyectual del Arsenal; sin embargo, quien adquiera la actitud de un paciente estudioso, descubrirá en el frágil laboratorio veneciano motivos de inspiración.
En definitiva, aun si las condiciones de percepción de este año exigen un esfuerzo mayor a quien visita la Bienal, la ciudad italiana sigue siendo esa “máquina de pensar” que admiraba Salvatore Settis en ‘Si Venecia muere’, justo porque Venecia es «síntoma y laboratorio del destino de las ciudades históricas», pero también del Planeta, como señala Ratti.
En último término, esta bienal recuerda una enseñanza fundamental: desde una perspectiva global y desde la conciencia de la complejidad que ello conlleva, necesitamos abrirnos a la colaboración con otras disciplinas, sabiendo que la investigación es crucial para aportar crítica y soluciones que nos permitan proyectar un mundo aún habitable.